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El maltrato en la infancia, es el germen de la violencia de la sociedad, es el comienzo de todo. Muchos niños somos bienvenidos al mundo con golpes, con al ausencia del cariño de la madre o del padre, con violencia obstétrica, las heridas que nos dan la bienvenida a este mundo no se borran.
Mi infancia estuvo llena de golpes, de gritos de insultos, de mordiscos, de la negación de amor, pero siempre de manos de mi madre.
No recuerdo un beso, quizá porque hasta que tuve 16 años no me dio ninguno, y me lo dio, porque iba a coger por prima vez un avión para irme a estudiar fuera. Mi madre, igual que la suya, tenía sus preferidos, no sé si es un patrón que también se hereda, pero mi abuela tenía una hija preferida, y los varones, las restantes hijas (4) sufrían sus golpes. Mi madre tenía su única preferida también, y el varón, las otras (3) sufríamos su ira. No era entendible, pero así era.
Su preferida jamás escuchó un grito, no le levantó la mano, dormía con ella, y todo en ella era maravilloso, el resto sufríamos sus palizas a diario, yo más, porque era la mayor y “resistía mejor las palizas”, me contestaba cuando le preguntaba ¿por qué a mi mamá?
Me pegaba en cada comida, para que comiera, aun hay quien dirá “era por tu propio bien”, pero pegarte repetidamente, vomitar, y hacerte comer lo vomitado repetidamente, no se hace por el bien de nadie. Ni siquiera obligar a comer es algo que se corresponda con el bien de nadie, aunque no te peguen, hay muchos expertos que pueden contestar a quienes erróneamente lo defienden.
Me pegaba, si mis hermanos se pegaban, si se peleaban, si rompían algo, yo era la mayor, era la responsable. No eran azotes, que también son maltrato, eran palizas, romperte una silla en la espalda, el palo de una escoba, arrastrarte del pelo por toda la casa y golpearte contra una pared, morderte hasta clavarte los dientes y sangrar, llevar su dentadura tatuada en la piel…sus uñas, clavadas como cuchillos en mis brazos, coger el cinturón de mi padre y pegarme con la parte de la hebilla, esa era la forma de “querer” de mi madre.
Una vez me quemé un brazo, en vez de llevarme al médico, me dio una paliza. En el colegio un compañero me tomó del brazo, me reventaron las burbujas de las quemaduras, el brazo me chorreaba, y me tuvieron que curar en el colegio, con tijeras de trabajos manuales. Tuve que decirles que me había quemado en el cole y que mis padres no sabían nada, les supliqué no ir al hospital, mi madre me había advertido que si le llamaban para ir al médico me iba a enterar…
Otra vez me clavé en el pecho un clavo, bajé corriendo de un sitio al oír a mi madre llegar, aterrorizada, porque oírla nos llenaba de miedo (A ver cómo viene de humor) y había un clavo grande sobresaliendo, me lo clavé y al bajar me rasgó. Sangré mucho, pero no me libré de su paliza, me tuve que curar yo sola, con 6 años, recuerdo que me puse una gasa limpia de un pañal de mi hermano pequeño. Nadie supo nada…
¿Nadie se daba cuenta? Si, claro, en el colegio me veían las marcas, los moratones, las heridas. Los arañazos superficiales los explicaba inventándome que tenía un gato, cuando las uñas estaban clavadas literalmente en la carne ya no se lo tragaban. Un día una profesora me preguntó, le dije lo del gato, y me dijo que eso no eran uñas de gato, entonces me puse a llorar, aterrorizada y le supliqué que no dijera nada, porque si decía algo, mi madre me mataba. La profesora calló ¿qué podía hacer ante mi súplica si no? No justifico su silencio, porque no se debe callar, que conste, pero al menos ella estuvo ahí como supo y en una sociedad que aun justificaba y toleraba el maltrato. También calló cuando me tuvo que curar sus mordiscos.
Y es que para mi madre yo era una suerte de saco de boxeo, un lugar al que golpear, en el que volcar sus frustraciones, sus incapacidades, eso lo sé ahora, pero cuando eres una niña pequeña te sientes un ser tan sumamente imperfecto que no eres digno de que se te ame. También creces pensando que amar es pegar, gritar, insultar, doblegar, humillar.
Los niños no aprenden jamás a odiar a sus padres cuando éstos les maltratan, los niños aprenden a odiarse a si mismos, y yo crecí odiándome la verdad.
Los golpes, las palizas las recuerdo puntualmente, el mayor daño fue el psicológico, sus “no te quiero ni te querré nunca”, “Ojalá me caiga muerta el día que te pueda mirar a la cara”, “Me da asco hasta mirarte”, “Vas a ser una puta”, “Muerta tendrías que haber nacido”, puedo repetir una y otra vez algunas de sus frases, algunas que me dedicaba diariamente. Y con esa especie de mantra crecí, crecí odiándome, dañándome. Crecí sintiendo por mí misma, lo que la mujer que me había parido decía y demostraba sentir por mí ¿acaso alguien puede quererte más que una madre? Dicen que nadie, que como una madre nadie puede quererte, dicen que todo se lo debemos a las madres, pero lo que no dicen es que no todo lo que viene de una madre es bueno.
Mi infancia tenía oasis, esos oasis los encontraba cuando estaba mi padre en casa. Mi padre trabajaba mucho, era el único que trabajaba, éramos 5 niños pequeños y ellos dos, no descansaba ni los domingos. Mi padre jamás me levantó la mano, jamás me gritó, ni me insultó, ni a mi, ni a mis hermanos o mi madre. Sé que mi madre fue maltratada por su madre porque mi padre, cuando mi madre nos levantaba la mano en su presencia, la paraba, y le decía: “Porque a ti te hayan educado a palos, no quiere decir que así se eduque. Así no se educa ni a los perros.” Literalmente, lo recuerdo perfectamente, y es que hay episodios de mi vida que jamás han dejado de reproducirse en mi memoria, tan claro como si fuera en este mismo instante. Entonces mi madre bajaba la mano.
Delante de papá era imposible pegarnos, ni insultarnos, mi padre era el único que nos daba besos, abrazos, jugaba con nosotros, nos llevaba de paseo. Menos mal que estuvo papá para mostrarme lo que era que te quisieran la verdad.
Cuando papá estaba en casa el ambiente era muy distinto, cuando estaba trabajando se volvía un infierno, pero no sólo para mi. Una de mis hermanas se hacía pis en cuanto mi madre abría la puerta de casa del miedo, teníamos terror, a veces sólo tenía que mirarnos para sentir uno de sus golpes.
Mamá nos dejaba solos cada tarde, en cuanto papá se iba a trabajar, ella se iba y nos dejaba a los 5 encerrados con llave. Con 7 años tenía que hacerme cargo de 4 niños menores que yo, creo que incluso lo hice antes de esa edad. Cambiar pañales de tela, no había desechables, dar biberones, bañarles, ayudarles a hacer los deberes a medida que fueron creciendo…Yo era una especie de madre que sustituía a la biológica cada vez que ella se iba de cafés con las amigas a espaldas de mi padre. Papá no sabía nada, ni podíamos decírselo, porque nos tenían amenazados con la paliza de nuestra vida si lo contábamos, así que callamos claro.
Un día nos hicieron un test para saber qué cociente intelectual teníamos y así derivarnos al Instituto o Formación Profesional, y resultó que era superdotada, querían hablar con mis padres para que me permitieran seguir estudiando, mi madre no quería porque decía que las mujeres no necesitaba estudios, mi padre si, porque decía que mi futuro no dependía de mi sexo, sino de mis capacidades. Mi padre es prácticamente analfabeto, estudió apenas 2 meses nada más en su vida, pero sabe mucho más que algunos hombres titulados que me he cruzado en la vida. Él quería que fuera una abogada, o que le ayudara con su trabajo llevándole la contabilidad…Pero en el test no sólo salió mi superdotación, también salió un enorme problema con la familia, llamaba la atención que con respecto a la familia estuviera bajo 0. Era la misma profesora, a la que de nuevo le supliqué que no contara nada sobre el tema familiar entre lágrimas, era mi tutora, a la cual jamás olvidaré. Habló con mi madre, pero sólo para que me permitieran estudiar, algo que supondría escapar de sus garras, así lo hablamos mi profesora y yo previamente. Así que con 14 años, salí de ese infierno, al menos de la parte física, la psicológica aun quedaron muchos más años. Me fui a estudiar fuera.
Papá nunca supo nada, papá no sabrá nunca nada, igual que nadie de la familia sabía que, a parte de los azotes en público, hubiera algo más, callamos y seguimos callando. Ante la sociedad, nuestra madre es una mujer entregada y abnegada, madre de familia numerosa, pocos sabrán la verdad.
No suelo contar detalles, casi nada incluso de lo que aquí cuento, a mi pareja no le gusta oírme contar lo que sufrí (hoy leerá algunas cosas por primera vez) porque le duele, no lo entiende, y no soporta saber que me hicieran tanto daño, pero es una realidad que debo admitir para sanarme. No fui culpable, tal y como erróneamente me sentía cuando era una niña sin recursos emocionales para reconocerlo. No perdono, porque eso no se debe perdonar, como si no hubiera pasado nada, pero no vivo del rencor, no me traigo al presente sus golpes e insultos, eso ha pasado, y tomo nota para que su herencia muera en un rincón perdido de mi memoria.
No, ni todas las madres son buenas, ni todos los padres. Las mujeres pueden ser malvadas, maltratadoras, asesinas, crueles, muchas lo son con sus hijos, pero los hijos callamos. Nacemos dependiendo al 100% de nuestros padres, sobre todo de la madre, instintivamente la necesitamos, admitiremos de ella todo, incluso lo justificaremos, sus malos tratos serán “por nuestro propio bien”, la excusaremos, la idealizaremos, y guardaremos silencio, silencio que las exime de culpa ante la sociedad, que falsamente incluso ensalzamos para evitar el dolor de reconocer que nuestra madre, la que nos ha parido, no nos quiso nunca, es casi más fácil fingir que tuvimos una madre ideal, que nos quiso, que afirmar que siendo bebés, siendo niños, quien más nos debía querer, jamás lo hizo.
Así creces adaptándote a las necesidades de esa madre/padre, y ello te conduce al «falso Yo». Es cuando abandonas tu Ser, para pasar a cumplir las expectativas de tu madre, te empiezas a vestir como ella quiere, comportarte como ella desea, te encierras el Ser en una cárcel, pequeña, oscura, en la que sólo resuena su voz, tu has quedado muda poco a poco, mientras estabas creciendo. Tu verdadero Yo ha sido inmovilizado, ha sido incapaz de desarrollarse y diferenciarse de esa figura que te maltrata y que debía amarte, porque no ha podido vivir, o mejor dicho, sobrevivir al maltrato de tu madre.
Pero esta no es una historia triste, carente de final feliz. Tras años de dolor, que no voy a pasar a contar ahora, he sido madre, y he vuelto a parirme. Cuando das vida vuelves a la vida, hay una segunda oportunidad. Puedes verte a través de los ojos de tu hijo, ellos si ven ese Yo asustado, maltratado, ellos ven a la Madre/Mujer de verdad y no a la que me mal crió. Puedes pasar a reconocer la maldad que un día te ahogaba, y puedes superar sus golpes, sus insultos, puedes rescatarte y RE-Nacer.
Decía Alice Miller, experta en maltrato infantil, que “el hecho de que todo agresor haya sido anteriormente una víctima no se desprende que toda persona que haya sido maltratada tenga que acabar necesariamente maltratando a sus hijos. No tiene por qué ser obligatoriamente así, pues puede que ese individuo, en su infancia, tuviera ocasión de recibir de otra persona -aunque sólo fuera una vez- algo que no fuera educación ni crueldad: un maestro, una tía, una vecina, una hermana, un hermano. Sólo la experiencia de ser querido y apreciado permite al niño identificar la crueldad como tal, percibirla y rebelarse contra ella. Sin esa experiencia le es imposible saber que en el mundo pueden existir otras cosas además de crueldad; sin esa experiencia, seguirá sometiéndose a la crueldad, y más tarde, cuando, ya adulto, disfrute del poder, la ejercerá él también, como si fuera algo completamente normal.” ¿Quién me salvó? Mi padre, mi abuela paterna, que a pesar de tener 6 hijos, trabajar fuera de casa, y criarlos sola, jamás les puso una mano encima, y ejerció de madre cada vez que pudo conmigo, y era la que me consolaba en las noches, sus brazos custodiaron la mujer que soy hoy, los brazos de mi abuela y de su hijo, mi padre. A ellos les debo saber amar, y por supuesto, a la mirada de mis hijos, a los que jamás, les mostraré esta cruel realidad porque jamás entenderían que una madre puede no saber amar.